Bueh... esta es la... cómo podría decirse? La versión
de este fanfic... es el primero de varios que tengo que no me he atrevido a subir, nunca quedo conforme con lo que escribo y termino abandonándolo antes de presionar el botón publicar entrada n_nU
Está basado en el final de esta genialosa serie que vi hace dos semanas (y con la que me obsesioné *¬*). Lo que si, es del final del animé, así que les recomiendo que si no quedaron conformes con aquel final, lean el manga... se van a sorprender de lo distinto que es! D:
Los personajes no me pertenecen, son fruto de la grandiosísima mente de Yana Toboso *O*
ADVERTENCIA: Podría contener yaoi... si no eres tolerante, mejor no leas, pero la idea principal no es esa (?) xD
Ok, nada más de previas... allá va
Navegaban por un río formado de tristes recuerdos, que acusaban una existencia firmemente dolorosa.
Estaba rodeado por gente que le admiraba, gente que intentaba hacerle feliz, que junto a él intentaron cumplir sus propósitos de vida. Gente insignificante... Pese a los esfuerzos de quienes le rodeaban, para él todos eran meras piezas de ajedrez.
- ¿Duele?
- Así es, un poco, aunque trataré que duela lo menos posible.
- No, haz que duela en verdad. Que el dolor de haber estado vivo quede grabado en mi alma.
- Sí, mi señor.
Aquel ser no tenía sentimientos, al menos así creía que había sido creado y su cuerpo era una cáscara falsa con el cual lograba mezclarse entre los seres humanos.
Observaba a su Bocchan, satisfecho del alma que había logrado cultivar para este momento.
Se fijó como muchas otras veces, que tanto el envase como el producto, eran perfectos. Pese a que estaba perdiendo sangre a través la herida del costado, en sus últimos minutos de vida, la piel nívea del chico resplandecía una hermosura comparable sólo con los rayos de luna.
Ciel observó cómo Sebastian se acercaba a él con una sonrisa en sus labios, dispuesto a sorber su alma. Cerró sus ojos y dejó que vinieran a su mente algunos momentos felices que tuvo de pequeño en compañía de sus padres, cuando no conocía más que la calidez de sus abrazos.
El dolor se hacía espacio en su pecho como muchas otras veces, aún así, hasta ahora no se había permitido llorar. A voluntad había comprimido tanto su corazón, que no se sentía humano.
Pensando en sus padres y en que no podría acompañarlos en la travesía de la eternidad, esperó el final.
Y no ocurrió.
Abrió con cautela sus ojos para averiguar por qué el demonio no actuaba. Sentía su propio aliento chocar con el rostro pálido que lo observaba estupefacto. Sin querer tartamudeó antes de hablar.
- Se… Sebastian
Los segundos transcurrían y no entendía el por qué seguía en esa actitud tan extraña. El demonio frente a él se había metido en más de un problema al resolver los de su Bocchan para reservarle vivo hasta el momento en que su alma estuviera preparada. Hasta su propio brazo lo había perdido, y ahora estaba así, congelado frente a él, a solo dos centímetros de su propio rostro sin hacer nada.
No se esperaba esto. Se sentía ansioso de devorar aquella alma que deseaba tanto, pero no podía, se encontraba completamente cautivo con aquella cristalina y redonda lágrima que surcaba aquel rostro. Observó con nerviosismo cómo se abrían los párpados de su víctima. Una paz indescriptible fue la que sintió al ver el azul de sus ojos - obviando aquel que poseía el sello del contrato - un azul tan intenso como el del escaso cielo despejado inglés, cielo que ninguno de los dos supo apreciar.
Todo su ser se agitó imperceptiblemente al ver abrirse aquellos suaves y finos labios de niño y escuchar su inocente voz llamándole, sin el característico odio que cargaba siempre.
Una, otra y otra lágrima caían de los ojos que le escrutaban con curiosidad. Deliberadamente, o quizá por reflejo, levantó su mano y acarició las mejillas húmedas de su pequeño amo, sin apenas rozar su piel.
Era un demonio, si, pero no por eso un ser incapaz de percibir la belleza de las cosas. Menos podía permitirse el no disfrutar de la hermosura de aquel momento en que haría suyo a aquel niño.
Pasó sus dedos por los labios de él, cálidos aún y se preguntó que sabor podrían tener. ¿Dulces? ¿Amargos? Decidió que lo mejor era saciar su propia curiosidad.
Vio cómo los ojos de él llamearon. Aquel carmín que los caracterizaban brilló con fuerza, mientras sentía cómo pasaba sus fríos dedos por sus labios. Le vio acercarse y cerrar los ojos.
- Sebas...
Su voz fue silenciada. Sabía qué estaba ocurriendo, sin embargo no fue capaz de impedirlo. Estaba tan sorprendido que no se percató de cómo una fría lengua se deslizaba entre sus labios acariciándolos con ansias.
¿Realmente era éste el demonio con el que había pactado la entrega de su alma por cumplir su venganza? ¿Podía ser tan sublime el momento de su propia muerte?
Regocijo, placer, era más de lo que podía explicar. El sentir la sal y el calor en los labios de aquel a quien había servido, era la gloria, podía asegurar que era mejor que alimentarse de almas.
El tiempo se agotaba, cada segundo que moría se llevaba con él un trocito de la vida de su Bocchan.
Pasó su única mano por entre los cabellos del pequeño para acercarlo más así mismo y profundizar el beso, para aprovechar de él cada segundo.
Luego acarició su cuello, sus hombros pequeños. Todo le parecía una locura, ¡podría haber hecho esto mucho antes!
Soltó aquella pequeña boca sin abrir los ojos y besó las suaves mejillas de Ciel con devoción. Mar. El sabor de las lágrimas era el del mar, contrastaban con el dulce sabor de la piel que bañaban.
¡Era insoportable! Su interior ardía con un fuego implacable, las caricias que le daba reflejaban un anhelo irrefrenable, todo él era un volcán preparándose a explotar.
La cintura de aquel humano era angosta y frágil. Alucinante. Seguía bajando con delicadeza su mano, deteniéndose en ella para poner atención ahora al sabor del cuello y la textura de la piel del lóbulo, que lamió y mordisqueó suavemente en un momento de euforia total.
Todo se oscurecía a su alrededor y sentía espasmos fríos en su cuerpo. No era normal, se sentía desvanecido, su cuerpo no le respondía, aún así, una parte de él tenía una vaga impresión de lo que estaba pasando: Se estaba muriendo.
Aquella boca abriéndose paso en su piel le inquietaba. Levantó, no sin esfuerzo, sus brazos y los apoyó en los hombros de Sebastian en un intento desesperado por mantenerse despierto mientras aquella extraña maravilla duraba.
En su mente seguían dando vuelta decenas de preguntas ¿Es esta la forma que tenía él de robar las almas? Siendo así, hubiera sido capaz de entregarle su alma tantas veces como días que pasaron juntos.
De pronto ya no pudo ver más. No sintió cuando Sebastian le abofeteó, no le escuchó llamarle a gritos, no pudo ver cuando un demonio mayordomo lloraba sangre, porque él yacía inconsciente en aquel banco de piedra.
Un golpe, un grito y lágrimas. En eso se había convertido aquel ser.
- ¡Bocchan! ¡Despierte!... ¡Eres mío, Ciel!
Podía dejarle morir, podía provocarle una muerte más rápida, hasta podía aprovechar de tomar su alma antes del fin, pero deseaba... necesitaba más de aquella esencia que le embriagaba.
Se quitó su chaqueta negra y su camisa blanca, dejando expuesta su pálida y ahora caliente piel. Sin importar cuánto le doliera, se despojó también del vendaje que cubría el lugar de amputación de su brazo izquierdo.
Se inclino sobre el cuerpo de Ciel y como pudo lo despojó de sus elegantes ropas que él mismo le había puesto hace un rato atrás, mientras su propia sangre caía sobre aquel cuerpo.
“Es mío, es mío”, se repetía mientras le terminaba de desnudar el torso.
Descubrió la herida de bala que atravesaba al pequeño y se paralizó. No estaba seguro de que lo que tenía pensado hacer funcionaría, aún así lo intentó.
Se inclinó un poco más sobre el cuerpo, dejando que su sangre se mezclara con la del pequeño Phantomhive.
- Regrese... Bocchan... se lo ruego.
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- Espero que su sueño haya sido reparador.
- Mmh...
- Hoy he preparado bollos rellenos de crema y cubiertos con una fina capa de azúcar. ¿Dónde prefiere que le sirva? Puedo traerlo hasta acá, o si prefiere, puedo servirle en el jardín, hay un hermoso día fuera. Quizá sea bueno para usted un poco de sol.
- Vuelve a cerrar las cortinas.
- ¿Eh...?
- Acércate.
Ciel esperó impaciente a que su mayordomo cumpliera. Una vez que éste se acercó a él, lo empujó de los hombros hacia el lecho, a su lado.
- ¡Bocchan!
Esto no era normal. Que el señorito se comportara de aquella forma tan fuera de protocolo era desconcertante. Sebastian se incorporó en el lecho, quedando sentado.
- Bésame - creyó haber escuchado, sin embargo comprobó que no lo había imaginado, al oírle nuevamente. - No hagas que lo repita, es una orden.
La cara de asombro del mayordomo fue reemplazada por una de complacencia absoluta por lo que estaba a punto de suceder.
Se inclinó hacia el lado y besó la mejilla de su amo que esperaba con los ojos cerrados. Viendo que éste no los abría, comenzó a trazar un camino invisible de ligeros besos hasta llegar a su boca.
Ciel estaba nervioso, no entendía el por qué le había pedido aquello a Sebastian, sin embargo apresuró el beso con impaciencia.
No tenía experiencia en estas cosas, era solo un niño, pero sabía con exactitud lo que estaba arriesgando.
Dejó que su mayordomo le abrazara y recostara entre las colchas y almohadas. Tener aquel pesado y consistente cuerpo junto al suyo no se sentía igual que en las clases de baile. Tampoco se asemejaba a como cuando le tomaba en brazos para correr y mantenerle a salvo de explosiones o disparos. Al contrario, se sentía encadenado e indefenso, una sensación dulcemente peligrosa que no hacía más que empeorar con cada caricia... o mejorar.
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¿Por qué había hecho aquello? Había roto el contrato... o quizá en parte no lo había hecho, puesto que debía mantener con vida al joven amo. No quería recordar que era “mantenerlo con vida hasta que cobrara venganza por la muerte de sus padres”
Deseaba que despertara pronto, lo deseaba fervientemente, pero estaba consciente de que su pequeño amo debía recuperarse bien con aquel sueño.
Pasaba con delicadeza sus dedos por entre los sedosos cabellos de su Bocchan mientras deleitaba su vista con el espectral y hermoso espectáculo que presentaba el rostro del pequeño a la luz de la luna.
Los ojos grandes con aquellas espesas pestañas, la nariz perfectamente perfilada y terminada en un tenue respingo, los labios pálidos y finos con un ligero sabor caramelo. La boca... Culpó a aquel insignificante órgano que lo había hecho cometer una locura, pero se arrepintió al instante. Se engañaba a sí mismo con este pensamiento.
Sacudió su cabeza echando fuera aquella mentira, admitiendo para sí que aquello era lo que siempre había anhelado.
Cada vez que su Bocchan se quedaba dormido en el despacho, él se tomaba el atrevimiento de rozar sus labios con sus dedos enguantados antes de llevarlo en brazos hasta su cama.
Esta vez era completamente distinta de las anteriores. Esta vez había sido cargado de... ¿sentimientos? Su mano se paralizó ante tan escandaloso pensamiento, él era un demonio insensible. ¡Cómo podía pretender afirmar que aquel beso había sido con sentimientos!
Una gota de sangre manchó la frente del joven que yacía recostado en sus piernas, el cual abrió los ojos, para encontrarse con una asustada cara de cuyos ojos nacían dos finos hilos de rojas lágrimas.
Vio cómo el muchacho sonreía y sacaba lentamente una mano de debajo de la chaqueta que lo cubría para ponerla en su rostro y sintió como secaba sus lágrimas.
- ¿Qué has hecho, Sebastian?
Tenía el dulce rostro de un niño, pero su voz encerraba la madurez e inteligencia que siempre había poseído, la tonalidad era tan sublime como cuando le nombró mientras lloraba.
En realidad no necesitaba que le respondiera. Conocía tan bien a quien le había servido con tanto esmero que conocía la respuesta. Pero tampoco le importaba, tan sólo deseaba en su interior que Sebastian retomara lo que había comenzado.
Sus sueños fueron la respuesta. Siempre había esperado, secretamente a que ello se cumpliera, era éste el momento perfecto.
Sebastian estaba paralizado y a Ciel le entró el miedo de que se hubiera comenzado a arrepentir. Sin querer darle más tiempo al mayordomo para que pensara en esto, se incorporó en el asiento, dejando caer la chaqueta negra y sorprendiéndose de no tener ni cicatriz de la herida de muerte que había sufrido. Quitándose aquello de la mente, se puso de pie y se plantó frente a Sebastian, quien ahora presentaba un aspecto frío y calculador.
No dándole importancia a aquello, se inclinó hacia delante y dio una ligera lamida a las sanguinolentas lágrimas que se secaban en el rostro de Sebastian.
- ¡Guau! – esperó impaciente a ver si aquel demonio se alteraba de alguna forma, obteniendo respuesta a los pocos segundos.
- Ahora usted será mío, mi señor. Ahora usted me entregará su vida, me la debe y la exijo.
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Ok. Esa fue la breve primera parte, espero poder continuarla!! pero lo haré solo si recibo algún comentario... #confieso que mientras lo escribía no pude evitar algunas lágrimas, como tampoco pude evitar sentir que era la voz de ellos mismos quienes me lo dictaban *¬* (sí, lo admito, estoy loca)... así que tampoco el fin es mío, sino de ellos quienes me lo... dictaron xD yo solo fui instrumento para la publicación :3
Jaa nee!!! =(^_^)=