Miedo. Era mucho más fuerte y arraigado que lo que había sentido durante la cacería de Victoria, o inclusive, que durante el día en que la guerra entre su familia y los Volturi estuvo a punto de estallar.
Sentía que cada músculo se le había desgarrado y su piel estaba llena de tenues cicatrices donde, seguramente, hace un par de horas había tenido heridas profundas.
- Reneesme… Edward – susurró casi imperceptiblemente.
Era obvio, su cuerpo se recuperaba muy rápidamente, el ser vampiro le daba esa ventaja, sin embargo su mente estaba tan confundida, que hasta su verdadero ser había olvidado lo que era en verdad.
- Es realmente insólito que pudieras sobrevivir a tal accidente.
La castaña, tras decir esto, tomó con suavidad la mano de Bella entre las suyas, soltándola de inmediato al sentir la tersa y fría piel de la joven.
- ¡Merlín! Tu piel es… eres un vampiro, ¿no es cierto? – Dijo titubeando.
El corazón de Hermione se volvió a acelerar por centésima vez desde el cataclismo. Su boca se resecó rápidamente y había comenzado a sudar frío, humedeciendo nuevamente las ropas de gala que traía.
Caminó por entre el barro hacia atrás, sin dejar de ver a la vampiro que reposaba cuál ángel, sobre un gran tronco que quizá el viento había arrojado al campo.
Aterrorizada, seguía retrocediendo, sin fijarse por donde sus pies pisaban, cuando una raíz se enredó en su descalzo pie derecho, haciéndola caer casi de lleno en la fogata que abrigaba a ambas.
Seguramente hubiera estado ya retorciéndose entre las llamas si aquellos fuertes brazos no la hubieran aferrado a tiempo.
- Hermione, por favor, tranquilícese. No le haremos daño. Soy Edward Cullen, muchas gracias por haber ayudado a mi esposa.
Aquella castaña tenía unos ojos llenos de vida, su rostro estaba cubierto de pecas, y sus mejillas, pese al frío, tenían un hermoso color carmesí que las entintaba cálidamente.
Apenas había notado que seguía abrazándola, cuando ella hizo una leve carraspera para que se diera cuenta del hecho.
- Su… ¿su esposa, ha dicho? – Dijo ella, aún hipnotizada por aquellos ojos dorados que la observaban con vacilante interés. – ¿Cómo ha averiguado mi nombre?
- Soy… un vampiro, señorita, ¡perdón! señora – rectificó sacudiendo la cabeza un poco -, tengo la capacidad de leer la mente.
Al terminar de pronunciar estas palabras, Edward sintió cómo una extraña, pero a la vez conocida atmósfera se cernía entre la mente de Hermione y él. Al girarse hacia su izquierda pudo ver a una muy recuperada Isabella de pie, mirándole como si quisiese sacarle los ojos.
La vampiro caminó hacia el lado de Hermione y suavemente y con elegancia, pasó su brazo por sobre el hombro de la castaña de enmarañada cabellera.
- ¡Edward Anthony Cullen! Qué falta de respeto el leerle así la mente a esta mujer que me ha cuidado como TÚ no has hecho.
- Bella, querida, no te encontraba. Te dije que no soltaras mi mano.
Los dorados ojos de Bella refulgieron fugazmente. Error en lo último dicho y Edward lo sabía.
- Y yo te dije que no dejáramos a Reneesme sola con Jacob en Forks.
Hermione se sentía cada vez más mal tercio, miraba inquieta hacia uno y otro lado, sintiendo cómo los ánimos se iban agitando cada vez más. Tenía miedo, había leído algunas cosas acerca de vampiros, pero jamás se había imaginado que entre ellos también pudiera haber matrimonios, ni menos grandes familias, como demostraban de ser parte Edward y Bella.
La mujer se veía fiera, sus ojos cada vez brillaban más, casi tanto como el fuego de la fogata. La castaña se soltó suavemente de su duro abrazo de camaradería y tomando entre sus manos su varita gritó:
- ¡Desmaius!
Edward contempló maravillado y aterrorizado a la vez el cómo su mujer se callaba y quedaba congelada en el suelo tras aquel simple embrujo. Miró a Hermione con evidente confusión en su rostro, sin embargo le regaló una de aquellas perladas sonrisas ladeadas que podían derretir hasta al corazón más antártico.
- Antes yo podía emplear mis labios para hacer aquello, pero últimamente no había estado dando resultado, gracias a su inocente e incontrolable capacidad de bloquearme su mente para que yo no sepa si le gusta o no lo que hago.
Aquella sonrisa fue como un ungüento para ella. Más tranquila que hacía medio minuto atrás, respiró profundamente y exhaló dejando todo miedo fuera.
Agitó descuidadamente su varita entre sus manos, sacando de ella sin querer, unas hermosas luces azules que reflejaban su estado anímico y la aceptación del cumplido que el joven Cullen le había hecho.
Cuando le miró nuevamente al rostro, notó su mirada demasiado apesadumbrada perdida en el cielo grisáceo, y pese a la fina perfección de los rasgos de su rostro, se reflejaba en sus dorados ojos y los purpúreos labios apretados, la angustia y preocupación.
Era demasiado confusa y atemorizante la situación en la que se encontraba, en medio de lo que fuera un gran prado hace un par de horas, donde sillas hechas trizas parecían sembradas por el lugar. Manteles blancos seguían el curso del viento cientos de metros sobre su cabeza, y otros, adornando los pocos árboles que quedaban en pie.
Reparó también en el vestuario de Edward y Bella. Sus ropas eran de cortes delicados y finas telas, pero de modelos bastante simples, sin extravagancias. Los pies de ambos estaban aún calzados, en cambio los de ella, descalzos y sucios, la hacían sentir inferior.
Sus zapatos, sus bellos tacones de cuero blanco que Ron le había regalado para su cumpleaños, los había perdido, al igual que a él.
- Señora, disculpe, ¿podría usted devolverle la vida a mi esposa? Creo que me volveré loco si no vuelvo a oír su voz, ya sabe, pese a lo que podamos discutir, le amo.
Oír esto último fue el detonante de su pena, sus ojos se humedecieron, nublando su vista. No podía dejar de olvidar el cómo las grises aguas se habían tragado frente a ella a su esposo y que lo había perdido por siempre.
Se sentó bruscamente en un tronco que tenía acomodado junto al fuego y comenzó a llorar desesperadamente, pero en silencio. Agitó su varita, y tras susurrar un simple hechizo, siguió con su arrojo de llanto.
Bella volvió en sí, sin comprender nada de lo que estaba ocurriendo, puesto que el ver a aquella castaña que la había cuidado desde que la encontró llorando desconsoladamente, lo único que se le ocurrió fue que quizá Edward le había ofendido de alguna manera.
- Edward, ¿será que tú…?
No alcanzó a terminar su frase, cuando sintió los brazos de él rodeando amorosamente su cuerpo, levantándolo. Fue cuando realmente despertó a la realidad, el mundo que ella conocía ya no existía más, y no conocía la causa.
Lo peor y más doloroso para ella, fue percatarse de que no había más vida a su alrededor que la de ellos tres.
No quería pronunciar palabra, y por si acaso, bajó su escudo y dejó que su esposo leyera su mente.
- No querida – dijo él en un susurro imperceptible por oídos humanos – No percibo la presencia ni la mente de nadie más a nuestro alrededor.
- “Necesito saber cómo se encuentra mi hija, necesito aferrar sus manos entre las mías, dime que ella está bien” – pensó para Edward.
- Ella lo está, seguro que está bien, junto a Jacob. Él me juró que la cuidaría. – Dijo en un susurro, aún entre los cabellos de su mujer, intentando convencerse también a sí mismo de lo que afirmaba con tan aparente seguridad.
Se desenredó con delicadeza de las pequeñas hebras suaves que nacían de la hermosa cabeza de Bella y miró hacia donde estaba Hermione, que no paraba de llorar, deseando poder expresar así también su pesar.
La vampiro le miró a los ojos con evidente sorpresa y ansiedad, pero por no querer asustar a la joven prefirió seguir con aquella silenciosa conversa entre pensamientos y susurros.
- “Estoy sintiendo algo, Edward, se acerca rápidamente. Diría que es… es algo, no humano, pero tampoco como nosotros”.
- ¿Licántropo, querrás decir? – Le preguntó él, con un nudo en la garganta.
Era prácticamente imposible que hubiera alguno de la manada en aquel lugar, todos se encontraban en EEUU, en Forks. No cabía duda de que aquella presencia, que él también estaba comenzando a sentir, estaba fuera de los parámetros de lo normal.
Observó con creciente preocupación hacia el ya oscurecido cielo. Se había hecho de noche y tenía que buscar al resto de su familia… si es que habían sobrevivido al accidente.
Los recuerdos de los gritos pasaban ahora por su mente. Los gritos, el viento aullando por entre las ventanas quebradas y a… no quería recodarlo, le dolía demasiado la aterradora imagen de la pequeña y menuda Alice siendo absorbida por una de aquellas ventanas quebradas del avión y arrojada a la nada.
Y luego, una profunda paz. Como si todo aquello no estuviera ocurriendo. Ya nadie gritaba y sólo había luz a su alrededor.
- ¡Estamos en un huracán! – La voz de Carlisle resonaba potente en aquel silencio devastador – ¡No se suelten por nada!
Su padre aferrándose a un asiento, a su lado, presa del pánico, Esme. Un poco más adelante Rosalie y Emmett, y más atrás de él y Bella debían estar Alice y
- ¡Jasper! ¡Aléjate de la ventana!
El vampiro los miró a cada uno con una mezcla de tristeza y cariño en sus ojos, que se mostraban negros, sin vida.
- ¡No, Jasper! – gritó Emmett
Pero ya no quedaba nada que hacer. Jasper había saltado por la misma ventana del otro pasillo que había absorbido a Alice y nada más se podía hacer que esperar a que el avión llegase a algún sitio donde pudieran salir todos y buscar a sus hermanos, aunque pasasen años en aquella empresa.
Un grito terrorífico lo sacó de aquellos terribles recuerdos. Un joven de cabello largo y rubio estaba abrazando a Hermione por la espalda. El grito había sido de ella, sin duda.
Soltó a Bella, poniéndola tras él, protector, como siempre, a lo que su esposa respondió con un gruñido, poniéndose a su lado. Había olvidado lo fuerte que ahora era su mujer, con la sangre de vampiro recorriendo sus venas.
Hermione miraba a ambos aterrada desde su asiento improvisado, y la figura delgada del joven de cabellos rubios levantó la cabeza del delicado hombro de la castaña, dejando ver su pálido rostro que parecía iluminarse como un espejo al reflejar las llamas frente a él.
- No quiero dañaros, estoy tan asustado con todo esto como ustedes, no tienen idea. He perdido a Louis, mi adorado compañero, mi luz, mi amante. Venía conmigo a Inglaterra, siguiendo las sombras, pero los vientos azotaron tan fuerte que me lo arrancó de los brazos y me desgarró los músculos, impidiéndome salir tras su búsqueda. Soy Lestat de Lioncurt.
Dicho esto, soltó a Hermione y se incorporó, haciendo una elegante reverencia a los tres seres que lo contemplaban congelados en su sitio.
- Una humana y… perdón, ¿ustedes qué son? – Dijo, mostrando sus blancos dientes, de los cuales destacaban unos largos y filosos colmillos.
El pálido rostro estaba surcado por finas líneas sanguinolientas, como lágrimas. Sus ropas eran modernas, ostentosas. Con un pantalón de tela negra y delicado corte francés y una camisa a medio abotonar color amarillo suave. Sus zapatos de cuero negro brillaban a la tenue luz de la fogata, pero no más que sus resplandecientes ojos azules.
Viendo que no le contestaban, se acercó a la pareja que lo miraba con cautela, extendiendo una de sus manos, intentando parecer inofensivo, pero tanto su piel, su cuerpo completo, como sus modos de moverse, demostraban que era peligroso, o al menos eso notaba Edward.
- Señora Hermione, puede usted acercarse a sus amigos a protegerse, si lo desea, pero ellos están tan fríos como yo y puedo ver en sus ojos las mismas ansias mías de… beber. Lamentablemente no traigo esta noche ni brandy ni coñac, pero quizá usted pueda proveernos de algo.
Edward estaba presintiendo el peligro, por lo que intervino rápidamente, contestando a lo que Lestat había preguntado con anterioridad.
- Me llamo Edward Cullen. Ésta hermosa mujer que vez a mi lado es mi esposa, Isabella Cullen, y ella es Hermione Granger, quien encontró a mi mujer en este lugar.
- Si, lo sé, Edward, lo vi en tu mente antes de que lo dijeras ¿Me temen?
Lestat se mostraba bastante divertido con la conversación. Sus intenciones no era dañarlos, para nada. Ni siquiera pretendía tocarles un pelo. Eran los primeros seres conscientes con los que se había topado luego de perder a Louis en el huracán.
- Por favor, Lestat, vete. – Pidió suplicante Bella, con un deje de miedo en su voz.
- Disculpe señora, mi deseo no es molestarles con mi presencia, pero sus corazones no me están diciendo la verdad de lo que son. ¿Vampiros? ¿Cómo puede ser posible? Sus corazones no laten como el mío, sin embargo siento en ambos las ansias de beber sangre.
- Así es, somos vampiros – repuso Edward – Tuvimos un accidente, viajábamos hacia EEUU en el avión de mi padre y hemos sido atrapados por un huracán.
- ¡El avión! ¡La niña! – Por la mente de Lestat pasó una fugaz visión de una joven pequeña que yacía inconsciente en uno de los campos devastados. Su corazón no latía, por esto, Lestat no había acudido en su ayuda.
- Le vi caer, a la pequeña joven con sus negros cabellos cortados en punta, creí que no había sobrevivido. Pero aún no acabo de comprender cómo es posible que sus corazones no latan. Yo soy un vampiro, sin embargo me siento tan o más vivo que un ser humano.
Hermione, que estaba aún parada entre Edward y Lestat, dejó salir un gemido por entre sus suaves y rosados labios. Algo se había movido entre el bosque y ella con todo el valor que le quedaba, se aferró a su varita y gritó:
- ¡Patronus!
Una brillante figura con forma de nutria salió de su varita, iluminando el lugar y dejando ver a quien se comenzaba a levantar de entre las ramas y el barro.
- ¡Carlisle! – exclamaron Edward y Bella mientras acudían en su ayuda.
Miedo. Era mucho más fuerte y arraigado que lo que había sentido durante la cacería de Victoria, o inclusive, que durante el día en que la guerra entre su familia y los Volturi estuvo a punto de estallar.
Sentía que cada músculo se le había desgarrado y su piel estaba llena de tenues cicatrices donde, seguramente, hace un par de horas había tenido heridas profundas.
- Reneesme… Edward – susurró casi imperceptiblemente.
Era obvio, su cuerpo se recuperaba muy rápidamente, el ser vampiro le daba esa ventaja, sin embargo su mente estaba tan confundida, que hasta su verdadero ser había olvidado lo que era en verdad.
- Es realmente insólito que pudieras sobrevivir a tal accidente.
La castaña, tras decir esto, tomó con suavidad la mano de Bella entre las suyas, soltándola de inmediato al sentir la tersa y fría piel de la joven.
- ¡Merlín! Tu piel es… eres un vampiro, ¿no es cierto? – Dijo titubeando.
El corazón de Hermione se volvió a acelerar por centésima vez desde el cataclismo. Su boca se resecó rápidamente y había comenzado a sudar frío, humedeciendo nuevamente las ropas de gala que traía.
Caminó por entre el barro hacia atrás, sin dejar de ver a la vampiro que reposaba cuál ángel, sobre un gran tronco que quizá el viento había arrojado al campo.
Aterrorizada, seguía retrocediendo, sin fijarse por donde sus pies pisaban, cuando una raíz se enredó en su descalzo pie derecho, haciéndola caer casi de lleno en la fogata que abrigaba a ambas.
Seguramente hubiera estado ya retorciéndose entre las llamas si aquellos fuertes brazos no la hubieran aferrado a tiempo.
- Hermione, por favor, tranquilícese. No le haremos daño. Soy Edward Cullen, muchas gracias por haber ayudado a mi esposa.
Aquella castaña tenía unos ojos llenos de vida, su rostro estaba cubierto de pecas, y sus mejillas, pese al frío, tenían un hermoso color carmesí que las entintaba cálidamente.
Apenas había notado que seguía abrazándola, cuando ella hizo una leve carraspera para que se diera cuenta del hecho.
- Su… ¿su esposa, ha dicho? – Dijo ella, aún hipnotizada por aquellos ojos dorados que la observaban con vacilante interés. – ¿Cómo ha averiguado mi nombre?
- Soy… un vampiro, señorita, ¡perdón! señora – rectificó sacudiendo la cabeza un poco -, tengo la capacidad de leer la mente.
Al terminar de pronunciar estas palabras, Edward sintió cómo una extraña, pero a la vez conocida atmósfera se cernía entre la mente de Hermione y él. Al girarse hacia su izquierda pudo ver a una muy recuperada Isabella de pie, mirándole como si quisiese sacarle los ojos.
La vampiro caminó hacia el lado de Hermione y suavemente y con elegancia, pasó su brazo por sobre el hombro de la castaña de enmarañada cabellera.
- ¡Edward Anthony Cullen! Qué falta de respeto el leerle así la mente a esta mujer que me ha cuidado como TÚ no has hecho.
- Bella, querida, no te encontraba. Te dije que no soltaras mi mano.
Los dorados ojos de Bella refulgieron fugazmente. Error en lo último dicho y Edward lo sabía.
- Y yo te dije que no dejáramos a Reneesme sola con Jacob en Forks.
Hermione se sentía cada vez más mal tercio, miraba inquieta hacia uno y otro lado, sintiendo cómo los ánimos se iban agitando cada vez más. Tenía miedo, había leído algunas cosas acerca de vampiros, pero jamás se había imaginado que entre ellos también pudiera haber matrimonios, ni menos grandes familias, como demostraban de ser parte Edward y Bella.
La mujer se veía fiera, sus ojos cada vez brillaban más, casi tanto como el fuego de la fogata. La castaña se soltó suavemente de su duro abrazo de camaradería y tomando entre sus manos su varita gritó:
- ¡Desmaius!
Edward contempló maravillado y aterrorizado a la vez el cómo su mujer se callaba y quedaba congelada en el suelo tras aquel simple embrujo. Miró a Hermione con evidente confusión en su rostro, sin embargo le regaló una de aquellas perladas sonrisas ladeadas que podían derretir hasta al corazón más antártico.
- Antes yo podía emplear mis labios para hacer aquello, pero últimamente no había estado dando resultado, gracias a su inocente e incontrolable capacidad de bloquearme su mente para que yo no sepa si le gusta o no lo que hago.
Aquella sonrisa fue como un ungüento para ella. Más tranquila que hacía medio minuto atrás, respiró profundamente y exhaló dejando todo miedo fuera.
Agitó descuidadamente su varita entre sus manos, sacando de ella sin querer, unas hermosas luces azules que reflejaban su estado anímico y la aceptación del cumplido que el joven Cullen le había hecho.
Cuando le miró nuevamente al rostro, notó su mirada demasiado apesadumbrada perdida en el cielo grisáceo, y pese a la fina perfección de los rasgos de su rostro, se reflejaba en sus dorados ojos y los purpúreos labios apretados, la angustia y preocupación.
Era demasiado confusa y atemorizante la situación en la que se encontraba, en medio de lo que fuera un gran prado hace un par de horas, donde sillas hechas trizas parecían sembradas por el lugar. Manteles blancos seguían el curso del viento cientos de metros sobre su cabeza, y otros, adornando los pocos árboles que quedaban en pie.
Reparó también en el vestuario de Edward y Bella. Sus ropas eran de cortes delicados y finas telas, pero de modelos bastante simples, sin extravagancias. Los pies de ambos estaban aún calzados, en cambio los de ella, descalzos y sucios, la hacían sentir inferior.
Sus zapatos, sus bellos tacones de cuero blanco que Ron le había regalado para su cumpleaños, los había perdido, al igual que a él.
- Señora, disculpe, ¿podría usted devolverle la vida a mi esposa? Creo que me volveré loco si no vuelvo a oír su voz, ya sabe, pese a lo que podamos discutir, le amo.
Oír esto último fue el detonante de su pena, sus ojos se humedecieron, nublando su vista. No podía dejar de olvidar el cómo las grises aguas se habían tragado frente a ella a su esposo y que lo había perdido por siempre.
Se sentó bruscamente en un tronco que tenía acomodado junto al fuego y comenzó a llorar desesperadamente, pero en silencio. Agitó su varita, y tras susurrar un simple hechizo, siguió con su arrojo de llanto.
Bella volvió en sí, sin comprender nada de lo que estaba ocurriendo, puesto que el ver a aquella castaña que la había cuidado desde que la encontró llorando desconsoladamente, lo único que se le ocurrió fue que quizá Edward le había ofendido de alguna manera.
- Edward, ¿será que tú…?
No alcanzó a terminar su frase, cuando sintió los brazos de él rodeando amorosamente su cuerpo, levantándolo. Fue cuando realmente despertó a la realidad, el mundo que ella conocía ya no existía más, y no conocía la causa.
Lo peor y más doloroso para ella, fue percatarse de que no había más vida a su alrededor que la de ellos tres.
No quería pronunciar palabra, y por si acaso, bajó su escudo y dejó que su esposo leyera su mente.
- No querida – dijo él en un susurro imperceptible por oídos humanos – No percibo la presencia ni la mente de nadie más a nuestro alrededor.
- “Necesito saber cómo se encuentra mi hija, necesito aferrar sus manos entre las mías, dime que ella está bien” – pensó para Edward.
- Ella lo está, seguro que está bien, junto a Jacob. Él me juró que la cuidaría. – Dijo en un susurro, aún entre los cabellos de su mujer, intentando convencerse también a sí mismo de lo que afirmaba con tan aparente seguridad.
Se desenredó con delicadeza de las pequeñas hebras suaves que nacían de la hermosa cabeza de Bella y miró hacia donde estaba Hermione, que no paraba de llorar, deseando poder expresar así también su pesar.
La vampiro le miró a los ojos con evidente sorpresa y ansiedad, pero por no querer asustar a la joven prefirió seguir con aquella silenciosa conversa entre pensamientos y susurros.
- “Estoy sintiendo algo, Edward, se acerca rápidamente. Diría que es… es algo, no humano, pero tampoco como nosotros”.
- ¿Licántropo, querrás decir? – Le preguntó él, con un nudo en la garganta.
Era prácticamente imposible que hubiera alguno de la manada en aquel lugar, todos se encontraban en EEUU, en Forks. No cabía duda de que aquella presencia, que él también estaba comenzando a sentir, estaba fuera de los parámetros de lo normal.
Observó con creciente preocupación hacia el ya oscurecido cielo. Se había hecho de noche y tenía que buscar al resto de su familia… si es que habían sobrevivido al accidente.
Los recuerdos de los gritos pasaban ahora por su mente. Los gritos, el viento aullando por entre las ventanas quebradas y a… no quería recodarlo, le dolía demasiado la aterradora imagen de la pequeña y menuda Alice siendo absorbida por una de aquellas ventanas quebradas del avión y arrojada a la nada.
Y luego, una profunda paz. Como si todo aquello no estuviera ocurriendo. Ya nadie gritaba y sólo había luz a su alrededor.
- ¡Estamos en un huracán! – La voz de Carlisle resonaba potente en aquel silencio devastador – ¡No se suelten por nada!
Su padre aferrándose a un asiento, a su lado, presa del pánico, Esme. Un poco más adelante Rosalie y Emmett, y más atrás de él y Bella debían estar Alice y
- ¡Jasper! ¡Aléjate de la ventana!
El vampiro los miró a cada uno con una mezcla de tristeza y cariño en sus ojos, que se mostraban negros, sin vida.
- ¡No, Jasper! – gritó Emmett
Pero ya no quedaba nada que hacer. Jasper había saltado por la misma ventana del otro pasillo que había absorbido a Alice y nada más se podía hacer que esperar a que el avión llegase a algún sitio donde pudieran salir todos y buscar a sus hermanos, aunque pasasen años en aquella empresa.
Un grito terrorífico lo sacó de aquellos terribles recuerdos. Un joven de cabello largo y rubio estaba abrazando a Hermione por la espalda. El grito había sido de ella, sin duda.
Soltó a Bella, poniéndola tras él, protector, como siempre, a lo que su esposa respondió con un gruñido, poniéndose a su lado. Había olvidado lo fuerte que ahora era su mujer, con la sangre de vampiro recorriendo sus venas.
Hermione miraba a ambos aterrada desde su asiento improvisado, y la figura delgada del joven de cabellos rubios levantó la cabeza del delicado hombro de la castaña, dejando ver su pálido rostro que parecía iluminarse como un espejo al reflejar las llamas frente a él.
- No quiero dañaros, estoy tan asustado con todo esto como ustedes, no tienen idea. He perdido a Louis, mi adorado compañero, mi luz, mi amante. Venía conmigo a Inglaterra, siguiendo las sombras, pero los vientos azotaron tan fuerte que me lo arrancó de los brazos y me desgarró los músculos, impidiéndome salir tras su búsqueda. Soy Lestat de Lioncurt.
Dicho esto, soltó a Hermione y se incorporó, haciendo una elegante reverencia a los tres seres que lo contemplaban congelados en su sitio.
- Una humana y… perdón, ¿ustedes qué son? – Dijo, mostrando sus blancos dientes, de los cuales destacaban unos largos y filosos colmillos.
El pálido rostro estaba surcado por finas líneas sanguinolientas, como lágrimas. Sus ropas eran modernas, ostentosas. Con un pantalón de tela negra y delicado corte francés y una camisa a medio abotonar color amarillo suave. Sus zapatos de cuero negro brillaban a la tenue luz de la fogata, pero no más que sus resplandecientes ojos azules.
Viendo que no le contestaban, se acercó a la pareja que lo miraba con cautela, extendiendo una de sus manos, intentando parecer inofensivo, pero tanto su piel, su cuerpo completo, como sus modos de moverse, demostraban que era peligroso, o al menos eso notaba Edward.
- Señora Hermione, puede usted acercarse a sus amigos a protegerse, si lo desea, pero ellos están tan fríos como yo y puedo ver en sus ojos las mismas ansias mías de… beber. Lamentablemente no traigo esta noche ni brandy ni coñac, pero quizá usted pueda proveernos de algo.
Edward estaba presintiendo el peligro, por lo que intervino rápidamente, contestando a lo que Lestat había preguntado con anterioridad.
- Me llamo Edward Cullen. Ésta hermosa mujer que vez a mi lado es mi esposa, Isabella Cullen, y ella es Hermione Granger, quien encontró a mi mujer en este lugar.
- Si, lo sé, Edward, lo vi en tu mente antes de que lo dijeras ¿Me temen?
Lestat se mostraba bastante divertido con la conversación. Sus intenciones no era dañarlos, para nada. Ni siquiera pretendía tocarles un pelo. Eran los primeros seres conscientes con los que se había topado luego de perder a Louis en el huracán.
- Por favor, Lestat, vete. – Pidió suplicante Bella, con un deje de miedo en su voz.
- Disculpe señora, mi deseo no es molestarles con mi presencia, pero sus corazones no me están diciendo la verdad de lo que son. ¿Vampiros? ¿Cómo puede ser posible? Sus corazones no laten como el mío, sin embargo siento en ambos las ansias de beber sangre.
- Así es, somos vampiros – repuso Edward – Tuvimos un accidente, viajábamos hacia EEUU en el avión de mi padre y hemos sido atrapados por un huracán.
- ¡El avión! ¡La niña! – Por la mente de Lestat pasó una fugaz visión de una joven pequeña que yacía inconsciente en uno de los campos devastados. Su corazón no latía, por esto, Lestat no había acudido en su ayuda.
- Le vi caer, a la pequeña joven con sus negros cabellos cortados en punta, creí que no había sobrevivido. Pero aún no acabo de comprender cómo es posible que sus corazones no latan. Yo soy un vampiro, sin embargo me siento tan o más vivo que un ser humano.
Hermione, que estaba aún parada entre Edward y Lestat, dejó salir un gemido por entre sus suaves y rosados labios. Algo se había movido entre el bosque y ella con todo el valor que le quedaba, se aferró a su varita y gritó:
- ¡Patronus!
Una brillante figura con forma de nutria salió de su varita, iluminando el lugar y dejando ver a quien se comenzaba a levantar de entre las ramas y el barro.
- ¡Carlisle! – exclamaron Edward y Bella mientras acudían en su ayuda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario